La progresista capital holandesa cambia con fluidez, habiendo pasado de ser una maraña de pantanos inhabitables bajo el nivel del mar a ser una potencia marítima. Hoy en día, esa devoción por la renovación se puede ver en una gran cantidad de almacenes reconvertidos, que ahora se revelan inesperadamente como salones de comida y de música. También es palpable en partes de la ciudad totalmente renovadas, que van desde De Pijp, un barrio de clase trabajadora que se convirtió en el sueño de los aficionados a la comida, hasta Noord, un antiguo centro industrial que ahora está bordeado por algunos de los emporios de diseño más vanguardistas de la zona.
Incluso los pilares del área, incluyendo un trío de instituciones artísticas emblemáticas, no resisten ni son inmunes al cambio. El Rijksmuseum, que alberga obras de los incomparables maestros holandeses, acaba de emerger de un cambio de imagen que duró una década; una reciente expansión ha rejuvenecido el Stedelijk, y el Museo Van Gogh acaba de adornarse con una nueva entrada.
A pie, en bicicleta o en barcaza, hay un sinfín de formas de recorrer esta metrópoli. Ya sea que esté recorriendo el encantador cinturón de canales mientras se deleita con un brunch flotante, entrando en una boutique vintage en una calle empedrada o pedaleando por la vecina ciudad costera de Zandvoort, pronto descubrirá que Ámsterdam y sus alrededores exhiben de manera impecable ese acto de equilibrio urbano aparentemente imposible entre pueblo encantador y ciudad internacional dinámica.
